Después de coronar el punto final de esta novela "casi sobrehumana" (como la llamó Lázaro Carreter o alguno de sus negros), la pregunta que cabe hacerse, la pregunta que abriría un hipotético forum, es: ¿quién mató al viejo Karamazov? Y el propio Dostoievski se encarga de que nos surja esa pregunta con esa fenomenal anticipación, en el último libro, de lo que hoy llamaríamos un "thriller judicial". El lector está al tanto, claro, de que la autoría material del crimen corresponde a Smerdiákov, pero eso queda como una mera anécdota.
Por supuesto, cabría cerrar ese forum (si no hubiera marxistas en la sala) con la respuesta de que al viejo lo mató el pecado original. Esa muerte aparece como un producto de todos los vicios, morales o intelectuales, en que puede caer un hombre y en que caen, de hecho, los actores de este drama. Pero eso sucede, en realidad, con toda muerte violenta.
Más interesantes son las respuestas intermedias. Las pasiones primarias (o sea, Dmitri) estuvieron a punto de hacerlo, pero quien se sume en el infierno es el librepensamiento, sembrador de bombas ideológicas (o sea, Iván), una de las cuales va a caer en la tierra abonada del resentido autor material del crimen. Es fácil reconocer en ellos dos al ideólogo y al activista, y darse cuenta de que personalmente pueden tener muy poco que ver y que no es necesario que el primero haya tocado alguna vez un arma para ser condenado, como Iván, por su propia conciencia.
Nota redactada en octubre de 2006.
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