21 mayo 2007

(Negrita mía)

La Iglesia vuelve a tener hoy una inmensa función formativa, justamente cuando quizá tenga menos presencia docente o enseñante. En este momento de la historia, por temor a ideologizaciones y utilizaciones políticas, por rechazo de todo dogma, por difuminación de los sistemas de valores, no hay ya prácticamente nadie que se atreva a educar públicamente. El drama del sistema educativo del país es que todos hemos quedado a merced de los poderes anónimos, que propalan palabras e ideas y no se responsabilizan de su sentido ni de sus consecuencias a largo plazo. Las familias están desbordadas; los profesores, en institutos y colegios, se reducen a docentes, por temor a ser acusados de indoctrinadores. Entre la masa y las sectas apenas han surgido minorías con coraje crítico y respeto absoluto a las conciencias, pero a la vez con voluntad decidida de ofrecer propuestas de verdad y moralidad, de acción y esperanza. Es un momento providencial, por lo duro en un sentido y por lo necesario en otro, para que la Iglesia tenga una presencia formadora e ilusionadora desde su palabra propia que es el Evangelio.

Olegario González de Cardedal, Educación y educadores. El primer problema moral de Europa.

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