06 mayo 2007

La ley de paridad socialista

se llama propiamente Ley de igualdad, pero temo que se va a popularizar así, como ley de paridad, por más de una razón. Y sea la principal que el pintoresco asunto de las listas electorales (mitad niños, mitad niñas, que si no no vale) dará mil quebraderos de cabeza. Empieza a darlos: ya se han producido denuncias por parte del PP hacia listas del PSOE que infringían su propia ley, y la ya famosa candidatura de Garachico (Tenerife), donde los populares incluían sólo mujeres, parece concebida con el sólo ánimo de mostrar la incongruencia de una norma que nacía con el propósito de acabar con la discriminación de la mujer (al menos así lo interpretaron las rapsodas que aclamaron a Zapatero tras el alumbramiento: ista, ista, ista...).

De hecho, el producto es susceptible de impugnaciones casi hasta el infinito. No sólo es que obligue a confeccionar candidaturas pares, lo que supone una arbitrariedad añadida y de dudosa legalidad. Sucede que, puestos a computar, a lo mejor resulta que hay más varones cabezas de lista que mujeres, y así tampoco vale, jo, porque el primero tiene más posibilidades de salir que el segundo, y el tercero que el cuarto. Habrá que presentar un número par de partidos y sortear los que encabezan con varones y los que encabezan con mujeres... ¿Dejar al elector el orden de preferencia? Eso sería el principio de las listas abiertas, y eso sí que no. En fin, un embrollo. ¿No sería más sencillo que, para compensar esa dicha discriminación de siglos, dejáramos participar en política sólo a mujeres hasta el 2200, pongo por caso, quizá con un cupo del diez por ciento de varones? ¿Delirante? No más que lo otro, por cierto.

Y lo más chispeante es que todo esto parte de los que han hecho una bandera de la superación de la diferencia sexual. O de género, como mal dicen ellos.

El Manifiesto

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