Más que nada, temía a la imaginación, a esa falsa compañera, esa amiga de doble faz: por un lado amistosa y por otro hostil. Amiga cuanto menos lo crees y enemiga si te duermes confiado bajo sus dulces susurros. Tenía miedo a toda ilusión, y si entraba alguna vez en su terreno lo hacía como quien entra en una gruta con la inscripción Ma solitude, mon ermitage, mon repos
, conociendo la hora y el minuto en que se va a salir de ella.Iván A. Goncharov, Oblómov
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