05 mayo 2007
Negra espalda del tiempo
Estamos en una época en que lo que se lleva en narrativa es mezclar realidad y ficción, hacer unas memorias mitad verdad y mitad mentira o una falsa novela donde el escritor nos cuenta su vida, con aderezos más o menos fantásticos al gusto de cada cual. Y esto es lo que viene a ser Negra espalda del tiempo. Claro, se me olvidaba decirlo, este tipo de literatura se convierte a veces en una feria de vanidades, de las vanidades del propio autor, que nos dice de cincuenta maneras diferentes lo pequeñitos que resultan todos los demás mortales a su lado y lo bien que haría él el papel de Dios si le dejaran.
Esto es, digo, este libro que muchos se empeñan en llamar novela pero que, aunque sea un saco donde cabe todo, pues todo tiene un límite. Nos estraga Javier Marías con las reacciones que su novela Todas las almas produjo en sus colegas de Oxford, que creían verse representados en ella, y luego, junto a disquisiciones sobre su propia persona y su familia, nos sigue torrando con la vida y milagros de algunos personajes con los que él se encariñó aunque nunca llegó a conocerlos. Aventureros y medio locos, como el que se proclamó rey de Redonda (un pedrusco de las Antillas) y tuvo a bien hacerle a él, Marías, heredero del título. Todo ello sabiamente enlazado, eso sí, por una obsesión central: la de esa espalda del tiempo, ese mundo de lo que podía haber pasado pero no pasó, encarnado en su hermano Julián, al que tampoco llegó a conocer.
Nota redactada en junio de 2006
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