En memorable artículo, la disidente Mercedes Rosúa afirmaba, cuando la LOGSE daba sus primeros pasos: “a la enseñanza privada la ha venido Dios a ver”. Quizá pueda decirse esto con más razón cuando se implante la Educación para la Ciudadanía, rótulo dado por los socialistas a la asignatura con la que piensan diseñar su ejército de orcos. El siguiente paso es, pues, dar otra vuelta a la tuerca que ahoga la iniciativa social en el campo educativo. Cuando el ministerio dice que la asignatura podrá adaptarse al ideario de los centros privados, estos harían mal en recibirlo como una caricia. El partido del gobierno conoce de sobra que cuanto mayor sea la facilidad de acceder a un centro de iniciativa social más muchachos escaparán del reciclado ideológico, de modo que habrá que subir de nuevo la guardia contra la tentación totalitaria, que en el socialismo es más que tentación.
De todos modos, como dice el presidente de Profesionales por la Ética, Jaime Urcelay, el sesgo que tome la asignatura va a depender más de los profesores que la impartan que del ideario del centro, ya que en la red pública este ideario es sumamente difuso y suele apelar de modo genérico a los llamados valores constitucionales: de otra manera, los padres se pensarían la elección de centro mucho más de lo que lo hacen ahora mismo. En realidad, la Educación para la Ciudadanía no va a suponer sino un plus en el adoctrinamiento que ya reciben los escolares. En las aulas españolas se ha venido adoctrinando sin pudor, durante décadas, en el sentido querido por la facción hoy gobernante. Pero ha sido así porque los profesores, en particular los de Enseñanza Media, han sido los mejores altavoces de esa facción (al tiempo que, por triste paradoja, eran los más perjudicados por ella).
Harán muy bien los padres en objetar contra la nueva asignatura. Será un hermoso primer acto de la resistencia contra el socialismo en su cutre versión zapateriana. Pero a los profesores, quiero decir a los profesores conscientes de lo que se juega, nos corresponde agarrar ese toro y ofrecernos a impartir la asignatura, reconvirtiéndola en formación de ciudadanos europeos dignos de ese nombre. A no ser que queramos perder otro tren, ¿y van...?
(El Manifiesto)
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