Sí, como en el Asesinato en el Orient Express de Agatha
Christie, parece que todos tenían interés en quitárselo de en medio, al
menos por lo que nos cuenta Ernesto Villar. Pero, a diferencia de
aquello, aquí sólo el Argala apretó el botón. Y es curioso, tratándose
de la persona que se trata, un tipo piadoso y ejemplar en el desempeño de sus
funciones (Carrero, digo, no Argala). Uno piensa en aquello del
libro de la Sabiduría: el justo nos molesta, nos sienta como una bofetada, da
grima verlo, etc.
Nadie molestó a los etarras en sus merodeos por Madrid; les
dejaron hacer un túnel a lo Rififí; se despreciaron informes que avisaban de la
próxima comisión de un atentado fuerte ("al menos veinte indicios de que
algo iba a ocurrir", se titula el extenso capítulo III); los servicios
secretos parecen la TIA de Ibáñez; la escolta del almirante era ridícula y a nadie se le ocurrió que cambiara de itinerario; los políticos se expresan como si Carrero
fuese un grano en retaguardia; los asesinos reciben la amnistía primero y luego
mueren o los liquidan... En fin, tengo la impresión de que esta película ya la he
visto y se titulaba JFK. Para redondear el efecto teatral, Villar
añade un último capítulo donde recuerda una foto de Arias Navarro y Carmen
Polo mondándose de risa a poco de ser nombrado el nuevo presidente... y un
epílogo titulado "Qué a gusto nos hemos quedado sin él" (frase verídica
de un tipo), donde veinte figuras de la época abundan en la impresión de que no
se hizo nada por evitar la salvajada.
Se non é vero...
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