Basil Grant es una especie de Padre Brown que no resuelve
casos policíacos, sino situaciones peregrinas que se le presentan una tras otra
a él y al narrador Swinburne. Y, como sucede con las obras teatrales de Jardiel
Poncela, esa resolución es a veces menos atractiva que las situaciones en
sí. Me resulta un poco antipático, el tal Grant. Sobre todo por su tendencia a
la carcajada y a sugerir que todos los demás son unos infelices que nadan en
aguas superficiales sin calar en lo hondo de las personas y las situaciones. Es
la voz del autor, supongo, y es un procedimiento que se ha utilizado otras
veces (Pirandello, por ejemplo, creo que era en Uno, Nessuno e
Centomila) con la idea de mostrarnos lo ingenuos que somos, pero con un
aire de suficiencia que repele.
En este caso se trata de menospreciar los hechos a favor de
la intuición a la hora de juzgar de un asunto cualquiera. Un anti Sherlock Holmes, vaya. La
lógica, cuando se trata de seres humanos, no sirve de mucho, viene a decir
Grant-Chesterton. Una obra muy de su época, por tanto, en la línea del
surrealismo, de Ramón Gómez de la Serna o del propio Jardiel, y con
un tono risueño que lo acerca más a los últimos que al primero.
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