El otro día hablaban en la radio con un tipo que se está
forrando con unos libros de autoayuda, de esos que se consumen con la
misma fe que el ibuprofeno o el leixatín. Los suyos son nada menos que
recetarios para ser feliz: "el arte de no amargarse la vida" se
titula uno, aunque si hay que juzgar por una frase que citaron (la que dijo la
locutora que más le gustaba) el título podría ser más bien "cómo acabar
muerto de asco". La frase era: "Sabes si estás capacitado para tener
una pareja cuando puedes decirle: te quiero pero no te necesito". Yo,
desde luego, sé muy bien dónde mandaría a la mujer que me dijera eso.
Pongan en un anillo de compromiso "te quiero pero no te
necesito", verán lo que pasa. ¿Dije compromiso? Ah, bueno, pero es que el
tipo hablaba de pareja: esa palabra tan útil para borrar la diferencia
entre lo frívolo y lo sublime. Pareja puede ser esa persona que tienes
en casa y que te sirve para relajar, haciéndole arrumacos o recibiéndolos. Te
puedes encariñar con ella pero no la necesitas: un yakuzi y un poco de
imaginación suplen.
Pero, al final, la felicidad está justamente en la persona a
la que puedes decir, como Cernuda: "Tú justificas mi
existencia"; a la que puedes despedir como el Clooney de Los descendientes:
"mi amor, mi amiga, mi dolor, mi alegría". Por lo que pude oír, apuesto
a que en los libros de este tío no hay la menor alusión a lo que implica
colocar juntos el amor, el dolor y la alegría. Lo que los invalidaría
totalmente.
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