He aquí otro de mis párrafos favoritos de Nicolae Steinhardt.
En esta segunda celda sucede, me parece, algo similar a
lo que debió de acontecer en el camino hacia Emaús. El Salvador ya no está
entre los suyos, el novio se ha ido. Pero es conveniente que empieces, tú,
hombre, a generar fidelidad y un nuevo tipo de felicidad, más en sordina, y que
aprehendas la realidad de la presencia del Redentor en los lugares más
inesperados y más áridos; en ti mismo. Tienes que dar más de ti mismo, ya no eres
un simple espectador, un invitado a la boda, sino un participante con los
mismos derechos, asociado, creador autónomo de felicidad. Tienes que demostrar
algo muy difícil, que no sólo el comienzo --la boda-- es puro, sino que la vida
cotidiana puede llevarse a un nivel aceptable de nobleza y dignidad relativas. No
es igual que el comienzo: y nos duele. Pero precisamente en esto consiste la
diferencia entre la infancia y la madurez: el dolor reconocido y soportado, la aceptación
de la inevitable diferencia de nivel entre la pureza de la boda y de la fiesta
y la impureza de los días de diario y del transcurrir de los años.