Bill S. Ballinger es un hacha con la técnica del
contrapunto. La otra novela suya que conozco, Retrato de humo, utiliza
este procedimiento y aquí, en El diente y la uña, puede decirse que la
novela es el procedimiento. Sin él, habría perdido todo su encanto. De
tal modo que aquí no nos preguntamos por la identidad del asesino, sino por la
identidad de la propia víctima y del acusado. También es una incógnita si el
acusado coincide con el asesino y lo sería también la propia existencia de un
asesinato, si el narrador no nos hablara de él en el prólogo. Y todo ello se
debe a la alternancia de dos líneas narrativas sin aparente conexión.
Los capítulos impares nos presentan un juicio con todas las
características de los thrillers judiciales norteamericanos, con mucho protesto
y dos letrados enfáticos tratando de seducir al jurado. Al parecer, un tipo ha
matado a su sirviente y ha quemado el cadáver en el horno de su casa. En los
pares, narrados en primera persona por su protagonista, tenemos a un
ilusionista que conoce a una chica desamparada con un maletín que pesa lo suyo y
sólo después de casarse con ella conoce lo que llevaba dentro. Las historias
tardan en converger y no nos olemos la tostada (los incautos, por lo menos)
hasta los últimos capítulos. En fin, un planteamiento y una resolución muy típicos
de un tipo que hacía guiones para Alfred Hitchcock presenta.
__