29 septiembre 2023

Tratado de amores de Arnalte y Lucenda

El narrador se encuentra en un lugar inhóspito con una morada siniestra y unos tipos que hacen de plañideros de la suerte de su casero, Arnalte. Este le cuenta al autor sus penas de amor por Lucenda, que no le corresponde ni a tiros, a pesar de sus cartas incendiarias, de sus citas en lo oscuro de la iglesia (en la que Arnalte llega a vestirse de mujer para no dar que hablar) y del celestineo de su hermana, Belisa. Si Leriano, en Cárcel de amor, se deja morir de hambre, Arnalte prefiere una muerte en vida, después, además, de haber matado en duelo a su amigo Elierso, que le traiciona casándose con Lucenda, con la cínica excusa de curarle de su mal de amor.

Estas cosas encandilaban, al parecer, a las damas de la corte en el siglo XV. Estas señoras, a las que se les negaba la educación y todo eso, eran capaces de disfrutar con un estilo latinizante y enmarañado y unos parlamentos donde “todo me pasa a mi” se dice así, por ejemplo:

¡Oh morada de desdichas! ¡Oh edificio de trabajos! ¿Qué es de ti? ¿Adónde estás, qué esperas?, pues claramente las señales presentes la perdición por venir te manifiestan, y guarecer del mal que tienes no podrás, porque tus ojos las escalas de tu fe en tan alto muro pusieron que antes tú caimiento que subida de él esperas. El que más mal tendrá tú serás, y el que menos bien espera tú eres.

Lo mejor de la obra es, sin duda, la serie de décimas que Arnalte dedica a las siete angustias de Nuestra Señora. No sabía de esta devoción de las siete angustias, y mira por donde me vengo a enterar por Diego de San Pedro del sentido del título que se da en Valladolid a la Piedad de Gregorio Fernández sita en la iglesia de San Martín, “La quinta angustia”. La cual es, al parecer, el momento de acoger la Madre en sus brazos al Hijo tras bajarlo de la cruz.

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