Tina es una imaginaria niña de siete años que uno puede interpretar
como le parezca, pero no cabe duda de que es símbolo de algo, tal vez de un
nuevo renacimiento de Europa: una vida incipiente y frágil, amenazada por la
guerra. Inmediatamente me recordó a la Rosa Krüger de Sánchez Mazas, por lo que comparten con la Beatriz dantesca:
belleza caucásica impalpable, angelicalizada, preñada de simbolismo. Tina es
alemana y pariente del yo elocutivo, que se dirige a ella como en una oración
intercesora por su país y por la vecina Francia, en las que sigue contemplando
el esplendor del Sacro Imperio. A diferencia de las donnas citadas, Tina tiene familia, entre la cual un hermano
soldado, por lo que me recuerda también a la Natasha de Guerra y paz. Sin
embargo, ella misma no suele aparecer más que como tú epistolar, sin realizar
acciones, lo que acrecienta su carácter de ideal, de Europa Dulcinea, por
parafrasear a García Nieto.
Solo en la otra vida está nuestra esperanza, está claro. Eugenio d´Ors estaba lejos de imaginar
que, lejos del gran Camelot que él parecía soñar, al cabo de un siglo Europa
estaría en manos de unos impresentables bufones empeñados en hacer tragar
ruedas de molino a una ciudadanía de gordos infecundos. ¿Cómo consecuencia de
aquella guerra? Quién sabe.
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