18 septiembre 2023

Don Quijote y La vida es sueño

Leopoldo Eulogio Palacios utiliza estas dos obras cumbre para ilustrar su teoría del prudencialismo. Don Quijote es un hombre magnánimo a quien lleva al fracaso su doctrinarismo, es decir, la confusión de la realidad con sus fantasías. Algo así como lo que yo llamé en su día (modestamente) Don Quijote ideólogo (véase este artículo, en varias entradas, si tienen curiosidad). Sancho es un buen hombre lastrado por su oportunismo: “la postura del hombre que busca a toda costa el medro personal, pasando por alto la validez universal de los principios morales”. Uno tiene un buen fin y escoge malos medios. Lo contrario de lo que sucede con Sancho. Por fortuna, ambos acaban convergiendo en un punto no vicioso que es lo que Palacios llama prudencialismo, es decir, el arte de ejercitar la prudencia como esta ha sido concebida desde los griegos.

En cuanto a La vida es sueño, Palacios sostiene que lo que está en cuestión allí no es el libre albedrío, del que no dudan ni Basilio (que afirma que las estrellas pueden inclinar, pero no forzar la voluntad) ni Segismundo, que de hecho lo presupone en su monólogo inicial: “…y yo, con más albedrío, ¿tengo menos libertad?”. Lo que enfrenta la obra mayor calderoniana es la tiranía y la “idea de un príncipe político cristiano”, que diría Saavedra. El Segismundo de su primer sueño es, como Sancho, un oportunista, uno que aprovecha el poder para darse gusto; mientras que en su “segunda salida” ha aprendido que lo único que no se pierde, ni aun en sueños, es hacer el bien. Se ha convertido al prudencialismo.

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