Es el retrato de una mujer sumamente pasional, sí. Que
quiere tanto a su novio como a su profesión, que llora a mares por su padre y
por la falta de hijos… El episodio de su primer embarazo, casi descartado por
los médicos, pero tan pedido que deja en una broma a la viuda del Evangelio, la
del juez inicuo, ese episodio, digo, te pone en un sinvivir, porque resulta que
estuvo en un tris de perder al menos a uno de los gemelos (eran gemelos, qué
menos, después de tanta paliza). Me hizo ir a internet, a ver si me enteraba
del desenlace antes de que me lo contara: di un profundo suspiro cuando la vi
en una foto junto al marido y cuatro churumbeles.
Bien, el hecho es que la Campbell nos cuenta cómo superó todas esas crisis de la mano de
seis grandes santas: cuatro Teresas
(la nuestra, la franchute, Edith Stein
y la de Calcuta), Faustina Kowalska
y la propia Virgen María. Es posible
que no fuera todo tan cuadrado, pero ella lo cuenta como si cada crisis hubiera
venido acompañada del descubrimiento y de la intercesión de una de ellas. Sin
estas amigas, probablemente su vida habría transcurrido como la de tantas
otras: divorcios, amantes, antidepresivos… No hizo más que corresponder al eh, tú de lo alto. Y no me refiero al
presidente Bush, que la llamó para
que le escribiera sus discursos. De esas alturas humanas y sobrenaturales
estamos hablando. John, qué suerte
tienes, ladrón.
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