25 septiembre 2023

Mis amigas las santas

No sé si Colleen Carroll Campbell será canonizada algún día, pero su historia se lee como la de una santa, y lo es, al menos si hacemos caso a Pilar Urbano cuando dice que un santo es un mendigo de Dios, alguien que se dedica a sacarle gracias a Dios a base de petición perseverante. Un santo no es un ser perfecto y la Campbell no lo es: al menos, desde el punto de vista humano, es eso que algunos llaman una agonías: si no hubiera sido por “sus amigas las santas”, se habría puesto al tren un día de estos, teniendo en cuenta como sufría cada vicisitud de su vida, por otra parte no tan arrastrada, o al menos por encima de la media de la humanidad: inteligente, de buen ver, buena estudiante, de familia católica devota… Sin embargo, en el libro te cuenta sus sufrimientos de modo que sales agotado: la dificultad de conciliar matrimonio y trabajo, la muerte de su padre, la esterilidad…

Es el retrato de una mujer sumamente pasional, sí. Que quiere tanto a su novio como a su profesión, que llora a mares por su padre y por la falta de hijos… El episodio de su primer embarazo, casi descartado por los médicos, pero tan pedido que deja en una broma a la viuda del Evangelio, la del juez inicuo, ese episodio, digo, te pone en un sinvivir, porque resulta que estuvo en un tris de perder al menos a uno de los gemelos (eran gemelos, qué menos, después de tanta paliza). Me hizo ir a internet, a ver si me enteraba del desenlace antes de que me lo contara: di un profundo suspiro cuando la vi en una foto junto al marido y cuatro churumbeles.

Bien, el hecho es que la Campbell nos cuenta cómo superó todas esas crisis de la mano de seis grandes santas: cuatro Teresas (la nuestra, la franchute, Edith Stein y la de Calcuta), Faustina Kowalska y la propia Virgen María. Es posible que no fuera todo tan cuadrado, pero ella lo cuenta como si cada crisis hubiera venido acompañada del descubrimiento y de la intercesión de una de ellas. Sin estas amigas, probablemente su vida habría transcurrido como la de tantas otras: divorcios, amantes, antidepresivos… No hizo más que corresponder al eh, tú de lo alto. Y no me refiero al presidente Bush, que la llamó para que le escribiera sus discursos. De esas alturas humanas y sobrenaturales estamos hablando. John, qué suerte tienes, ladrón.

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