…en 1949 declaró en el proceso de David Rousset que en la Unión
Soviética sí que había campos de concentración y lo hizo delante de los
fanáticos comunistas franceses que lo acusaban de ser un agente de Goebbels.
Sencillamente,
había conservado la libertad de un niño eterno, al igual que el sentido
del humor de un eterno adolescente. El sufrimiento lo fascinaba, pero también
le gustaba reír; el talante religioso no mata el sentido del humor, sino que lo
cultiva y desarrolla.
Algún otro amigo muerto es también objeto de semblanza, como
Zbigniew Herbert o Czeslaw Milosz: del segundo tenía
noticia, del primero no. El resto son meditaciones relacionadas con el arte, la literatura y las ciudades de Europa, a
las que su prosa brillante consigue comunicar interés. Incluyendo la pregunta
del millón:
¿Por qué Brecht se puso al servicio de Stalin? ¿Y por qué Neruda sentía
admiración por aquel mismo déspota? ¿Por qué Gottfried Benn confió durante unos
meses en Hitler? ¿Por qué los poetas franceses dieron crédito a los estructuralistas?
[…] ¿Por qué hay tantos poetas mediocres, cuya vulgaridad resulta desesperante?
¿Por qué los poetas contemporáneos –centenares y miles– se conforman con la
tibieza espiritual, con sainetes irónicos nimios y artesanales, y con un
nihilismo elegante y a veces casi simpático?
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