Inmediatamente después de cortar las amarras con la
trascendencia, aquellas filosofías han disuelto el contenido de las cuatro
virtudes cardinales, que son los cuatro ejes de la vida ética humana, cada una
de las cuales supone las otras tres: no se puede ser prudente sin ser justo,
fuerte y templado; no se puede ser justo sin ser prudente, fuerte y templado;
no se puede ser templado sin ser fuerte, justo y prudente; no se puede ser
fuerte sin ser templado, prudente y justo. Estas cuatro virtudes se requieren
mutuamente, se necesitan, y son los pilares de la ética. Desvirtuadas --en
sentido propio: quitándoles su carácter de virtud--, ha aparecido una prudencia
sin memoria histórica: el hombre desarraigado, sin origen, sólo con futuro. Ha
aparecido la justicia sin religión y sin amor reverente a los mayores; y una
fortaleza sin aceptación del dolor y como simple arrogancia y voluntad de
poder; y por fin una templanza como mera homeostasis, equilibrio, es decir,
como un concepto sanitario (de ahí esas "moralistas" campañas
obsesivas a favor de la salud).
Carlos Cardona, Ética del quehacer educativo, cap. IV