Las primeras víctimas de la LOGSE están ya en los cuarenta. No se les
puede pedir más que unas nociones elementales de justicia en los mejores casos,
y, en los peores, unas nociones toscas de igualdad, del estilo "si no me
forro yo que no se forre nadie". A diferencia de la generación anterior,
no tienen la beatería del sistema: la democracia es buena "si la bolsa
sona", como Cataluña. Los derechos y libertades los reducen de hecho al de
interrumpir embarazos y al de dar por el culo, dicho sea con perdón de los
padres sinodales. Tal vez también al de ser mantenidos por el Estado. Pero
siguen reclamando el rótulo de demócratas porque lo relacionan instintivamente
con la envidia igualitaria que está en la base del triunfo de este sistema
entre las masas, y con el rechazo de la autoridad que está en la entraña de la
educación que recibieron.
Por otra parte, el figurín está hecho que ni de encargo por
una empresa líder en el sector. Una aquilatada síntesis de perroflauta y
anuncio de colonia, o quizá entre profe guay y cristo setentero, para los más
exigentes. Un discurso de persona responsable que asume las proclamas de los
irresponsables ofreciéndoles una base de justificación y de respetabilidad. Una
máscara de equilibrio que hace a sus oponentes perder los nervios y el crédito.
Hicieron bien en llevar su careto como logo a las europeas. Ahora sería
excesivo. Pero lo votarán estudiantes, parados, ninis, militantes
bienintencionados de oenegés e incluso el sector del pijerío que juega a
rebelde como en los tiempos de Boccaccio (la discoteca, digo). Para meditar.
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