Se le hace de noche a este anarquista español exiliado en
Francia. Y el caos es el preludio de la noche definitiva. Él pretende seguir
manteniendo sus convicciones pero le cuesta cada vez más poner coto a la
sospecha de que sirven ya de muy poco. Una situación que no hace sino agravarse
cuando viaja a España empujado por su pasión por los toros. Las evoluciones de
hombres y bestias en el ruedo se mezclan con su propia agonía en un final de
tipo simbólico con el que no contábamos y que, a decir verdad, no me convence
demasiado. Pero, en conjunto, la obra no desentona de lo que ha sido la gran
novela francesa del siglo pasado. Montherlant
afirma en el prólogo ser consciente de que van a pensar en él mismo a propósito
del protagonista, y no lo desmiente del todo.
El caos es la crisis de las certezas: a Celestino le parece
que el busto de Stalin se transforma
en el de Franco. Todo da ya igual:
vencedores, vencidos, fascismo, anarquismo, todo se precipita en la noche, en
la nada, de la que ni siquiera le salva su hija, con la que convive. En suma,
es una obra pesimista y nihilista, salvo que quieras interpretar que la breve
experiencia religiosa de Celestino le sirvió de algo en el momento de la
muerte. A este respecto, es interesante el apéndice en que Montherlant repasa su propia obra en los pasajes claves.
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