Y así, la autora se muestra implacable con el permisivismo
reinante: ha conocido (una gran parte del libro se dedica a narrar casos reales
que han pasado por su consulta, y esto es importante, porque ya sabemos que la
gente responsable, la fachosfera que
dicen los otros, acusa un déficit de relato que no compensa el superávit de argumentación),
ha conocido, decía, demasiados casos de depresión, suicidio o enfermedad irreversible
causados por una iniciación sexual temprana como para andarse con chiquitas en
ese sentido. Y le basta para considerar la depresión como una enfermedad de
transmisión sexual, lo cual es una de las afirmaciones más llamativas del
libro, no cabe duda, pero bien cierta, a tenor de lo que vemos. Corren malos
tiempos (esto lo digo yo) para ser mujer, tanto como para ser hombre, pero sin
duda las mujeres lo pagan más caro, al menos a corto plazo.
Por supuesto, no se trata solo de poner normas: hay que ser
un padre, no un legislador. Se trata de pasar tiempo con ellas, detraerlo
incluso de esas cosas que parecen muy importantes. Y sin pararse en barras de
que eso no le va a gustar porque son cosas de hombres y tal: a las chicas les
gusta estar con sus padres, de cualquier modo: llevarlas al fútbol, de
excursión en bici, a lavar el coche… Y mostrarles siempre que, si tú eres su
héroe, ella es también para ti el amor de tu vida. En una época en que hay que
desenvainar la espada para defender que el pasto es verde, un libro como este
debería ser un catecismo para todo aspirante a padre de familia.
No quiero dejar de hacer notar que el título original es Strong fathers, strong daughters. No sé
por qué esa sustitución por “hijas felices”, que parece una concesión a esa
búsqueda obsesiva de la felicidad propia de nuestro tiempo. Habían hecho lo más
difícil, que era publicar una traducción, y mira tú…
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