09 abril 2024

Padres fuertes, hijas felices

El título es de por sí todo un epítome del libro. Pero, ¿qué significa ser un padre fuerte, en el contexto actual? Básicamente (y me refiero a o que se deduce del libro de Meg Meeker) se trata de no ceder al ambiente permisivo y ser capaz de poner a tu hija unas normas de comportamiento de las que no debe apearse mientras viva en tu casa. Y siendo consciente, además, de que eso no va en detrimento del amor que te profesa tu hija, por más que de momento te grite o se ponga de morros. Porque la idea central del libro es que el primer amor de una hija es su padre, y este debe hacerse merecedor, día a día, de ese amor. Usted es el héroe de su hija, dice de mil modos la doctora Meeker a los padres que la leen. Y eso es importante porque según sea el padre será el marido: ella va a elegir conforme a lo que conoce.

Y así, la autora se muestra implacable con el permisivismo reinante: ha conocido (una gran parte del libro se dedica a narrar casos reales que han pasado por su consulta, y esto es importante, porque ya sabemos que la gente responsable, la fachosfera que dicen los otros, acusa un déficit de relato que no compensa el superávit de argumentación), ha conocido, decía, demasiados casos de depresión, suicidio o enfermedad irreversible causados por una iniciación sexual temprana como para andarse con chiquitas en ese sentido. Y le basta para considerar la depresión como una enfermedad de transmisión sexual, lo cual es una de las afirmaciones más llamativas del libro, no cabe duda, pero bien cierta, a tenor de lo que vemos. Corren malos tiempos (esto lo digo yo) para ser mujer, tanto como para ser hombre, pero sin duda las mujeres lo pagan más caro, al menos a corto plazo.

Por supuesto, no se trata solo de poner normas: hay que ser un padre, no un legislador. Se trata de pasar tiempo con ellas, detraerlo incluso de esas cosas que parecen muy importantes. Y sin pararse en barras de que eso no le va a gustar porque son cosas de hombres y tal: a las chicas les gusta estar con sus padres, de cualquier modo: llevarlas al fútbol, de excursión en bici, a lavar el coche… Y mostrarles siempre que, si tú eres su héroe, ella es también para ti el amor de tu vida. En una época en que hay que desenvainar la espada para defender que el pasto es verde, un libro como este debería ser un catecismo para todo aspirante a padre de familia.

No quiero dejar de hacer notar que el título original es Strong fathers, strong daughters. No sé por qué esa sustitución por “hijas felices”, que parece una concesión a esa búsqueda obsesiva de la felicidad propia de nuestro tiempo. Habían hecho lo más difícil, que era publicar una traducción, y mira tú…

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