Es una comedia de enredo, de esas que se siguen mejor en la representación
que en la lectura, sobre todo si el texto carece de indicaciones de aparte y
otras acotaciones que faciliten el saber qué hace cada personaje en escena. La
trama se basa en la confusión entre las identidades de doña Ana y doña Clara,
que visten igual y muy tapadas, y además se hallan en el mismo espacio con
frecuencia. La primera es pretendida por don Juan, que se refugia en casa de
don Pedro, vecino de doña Ana. Y la segunda es la esposa de don Hipólito,
figurón jactancioso que se prenda también de Ana sin saber cuándo se dirige
realmente a ella o a su mujer. Hay un don Luis, amigo del figurón, que pretende
vengar una muerte causada por don Juan, y hay un criado (gracioso por
supuesto), dos damas de compañía y un viejo. Todo se desenreda, por supuesto,
felizmente al final, y el parque donde sucede buena parte de la obra y esas
mañanas de abril y mayo, aludidas al final de cada acto, contribuyen al
ambiente placentero y desenfadado.
Esta, por cierto, es la comedia en que Valverde vio una anticipación a ciertas técnicas del teatro
contemporáneo (¿Brecht?), cuando el
criado Arceo habla como siendo consciente de ser un personaje: “¡Pues no acaba
la comedia!”
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