No sé, realmente, si es un libro que se deba recomendar a un
enfermo grave, como era Elena Fortún en
aquella circunstancia. Bastante tenía la pobre con sus propios dolores, y la
verdad es que el pianista de marras no es ningún santo que eleve el dolor a lo
sobrenatural. Lo que es cierto es que, como en La montaña mágica de Thomas
Mann, la enfermedad se convierte en ocasión para reflexionar sobre la vida
y la muerte. Z. (no tiene más nombre nuestro hombre) es internado en un
hospital de Florencia porque la enfermedad cursa con dolores abominables (lo de
los dedos es solo una secuela) y es atendido por dos médicos que filosofan
junto a él y por cuatro monjas que no filosofan sino que cuidan. Una de ellas
imagino que será la que dé título a la novela, aunque no puedo adivinar si se
tratará de la bella Cherubina (un ángel, sí), que casi le sana con su mera presencia,
o de la muy confusa Carissima, cuya propia enfermedad la lleva al exceso de
celo caritativo con nuestro hombre, al administrarle la droga que él pedía pero
los médicos desaconsejaban.
No sé, quizá tenga razón la Laforet cuando ve en esta obra eso, la posibilidad de sostenernos
los unos a los otros. Es cuando una de las monjas, que Z. nunca llegará a
identificar, le susurra “no quiero que te mueras” cuando amanece la esperanza
para el protagonista. Esa era la definición de amor, según no sé quién: es
bueno que tú existas.
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