Elvira Coloma es una novela decimonónica publicada en 1942. Y no estoy haciendo ningún reproche: podría figurar sin desmerecer entre lo mejor de Juan Valera o de Pereda, no me atrevo a subir hasta Galdós o Clarín. La protagonista es una de esas mujeres infelices de que está poblada esa narrativa, no solo la española: Madame Bovary, La Regenta, Ana Karenina, Effi Briest. Hay mucho de La Regenta, en concreto, pero más que nada en el retrato de los personajes secundarios, ridículos a fuer de vanidosos, cada uno con su tema y sus muletillas, dialogando en el Círculo de Recreo y los salones aristocráticos. Elvira es infeliz en su matrimonio pero no padece las neuras de Ana Ozores, sobre todo porque es una criatura mucho más frívola y apenas aspira a nada en la vida, de modo que se conforma con suscitar esperanzas, para divertirse, en sus admiradores, sobre todo el otro protagonista, Evaristo Uría. Lo suyo es un aburrimiento superficial. Su marido no es tampoco el grotesco Víctor Quintanar sino el no menos escéptico (que ella) Evencio Pascual, seguro de la virtud de su esposa y que por ello no pone reparos a que se vea a solas con cualquier otro.
Con estos mimbres sale una trama de guante blanco, donde no
hay adulterios consumados ni violencias mortales y donde, al cabo, prevalece la
sensatez, lo que satisface desde el punto de vista moral pero menos desde el
novelesco. No falta un duelo, pero la víctima se recupera en seguida. Podríamos
decir que la trama arranca, después de unos cuantos capítulos de presentación,
cuando la hija de Elvira se pone de largo y Uría se ve dividido entre madre e
hija, que le corresponden de diferente modo, siempre limpio. Mantiene el interés la prosa impecable del sepulvedano Francisco de Cossío, que ha ambientado
la obra en un Valladolid que conocía bien pero que nunca nombra como tal.
Podría ser, de hecho, la novela vallisoletana que no vio el
XIX. Para que no falte nada a su aire de realismo tradicional, el narrador es
externo y omnisciente, y cuenta su historia de manera lineal salvo el prólogo y
el epílogo, que ocurren unos treinta años más tarde, a lo Retorno a Brideshead, con un Evaristo Uría que revisita la ciudad
tras una prolongada ausencia.
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