La prepotencia de las milicias frente al gobierno republicano se explica suficientemente si consideramos que la obediencia de aquellas era para los jerarcas soviéticos y no para unos ministros que estaban literalmente de adorno y a los que dichos jerarcas trataban como auténticos peleles. Dos ejemplos.
Estaba yo, sentado, de conversación con el Presidente [del Consejo
de Ministros, Largo Caballero], en su despacho. De repente, se abrió la
puerta, sin previo aviso, y entró un hombre con el gabán puesto y el sombrero
hongo echado para atrás. Nos echó un vistazo y se sentó en un sillón sin
pronunciar una palabra ni hacer el menor saludo, con el abrigo puesto y el
sombrero en el cogote. Se sacó un periódico del bolsillo y se puso a leer. Yo
me quedé con la boca abierta. ¡Se trataba de Rosenberg, embajador de Rusia!
[…]
Miaja [ministro de la Guerra]
sentado ante su mesa de trabajo a un extremo del gran despacho y yo a su lado.
En ese momento empezamos a hablar. Entonces, al otro extremo de la estancia, se
abre una puerta, entra un hombre con uniforme ruso, un oficial, probablemente
capitán…, nos mira y se dirige al General, sin la menor muestra de deferencia,
como se habla a un ordenanza: Où est un tel (¿dónde está fulano de tal?) El General balbucea: Il est sorti par
là (ha salido por allí) y señala una
puerta. El ruso atraviesa la sala, sale por esa puerta, sin dignarse dirigir al
General otra mirada, sin más palabras. De hecho, ni siquiera dijo ¡gracias!
El mismo Miaja,
además capitán general de Madrid y presidente de la Junta de Defensa, se negó a
facilitar a Ricardo de la Cierva
(hermano del aviador y protegido de Schlayer)
la salida de España por miedo a que los milicianos lo reconocieran en el
aeropuerto. “Si en Barajas lo reconoce un miliciano lo mata sin más” …
En fin, este es el “gobierno legítimo de la República” que
pudo ver en Madrid el cónsul de Noruega. Todo muy bello e instructivo, que
diría el otro, si tienen la paciencia de soportar las continuas comas entre
sujeto y predicado que perpetra el editor. Mejor cojan la edición de Espuela de
Plata, a ver si está más cuidada.