El poder puede ser un veneno o un bálsamo, según la
cualidad interior de quien lo posea. Para que despliegue efectos benéficos, es
requisito indispensable que quien ostenta el poder haya demostrado antes su
capacidad para prescindir de él.
Lo dice un viejo mago al que es fácil relacionar con Gandalf, en El dolor, de José Javier Esparza.