La "segunda guerra" no es tanto la del 39 cuanto
la que los protagonistas tuvieron que librar consigo mismos al término de
aquella, expatriados y sacudidos por el dolor. Y Marta, violada y asesinada,
es, evidentemente, el símbolo de algo, con mucha probabilidad de la patria
perdida: "Eres bella como una patria", le dice uno de los personajes.
¿Quién la mató?, es la pregunta que nunca se resuelve porque no estamos ante
una novela policíaca, claro.
Aquí Vintila Horia, contrariamente a su costumbre, no
nos presenta un solo protagonista, sino seis, alguno de ellos (o quizá todos)
trasunto poco disimulado de sí mismo. Y el problema es que es difícil
distinguirlos porque los personajes de Vintila (y es uno de los
reproches que puede hacerse a su novelística) no tienen carácter, sino
discurso, y es un discurso muy parecido. Todos ellos parecen hallarse en una
especie de Tabor, fuera del tiempo y del espacio habituales, a la espera de una
revelación inminente. Esto justifica la aparición de personajes simbólicos, cuya
función al servicio de las ideas del autor les hace a veces perder
verosimilitud, como es el caso de Sebastían, el revolucionario que abandona sus
ideales tras un encuentro agónico con Michel y el Viejo.
El sentimiento trágico de la vida, aspecto esencial de
nuestro novelista, es también aquí central. Lo que los personajes aprenden, al
cabo, es que nada pueden esperar de esta vida, que sólo "más allá de las
estrellas" se halla la esperanza y que el dolor es el peaje que hay que
pagar por darse cuenta.
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