El único aliciente para abandonar tus "trapos
viejos" y tu "barril de caña" y regresar a una vida
"aburrida, normal y decente" es que te prometan formar parte de una
banda de ladrones si lo haces. Eso es Mark Twain, y eso es saber vender
una verdad como un templo, a saber, que vivir siendo sencillamente decente
puede estar lejos de lo que el otro llamaba la vida lograda. Como dice
Huckleberry Finn al principio de su historia, "hubo cosas que el señor
Mark Twain exageró, pero la mayor parte de lo que dijo es verdad".
Twain tiene también el don de presentar lo trágico
bajo una cara cómica, y hablo del padre de Huck, por ejemplo. Creo que Elvira
Lindo ha leído a este hombre pero no ha pillado su gravedad de fondo, o no
le interesa, claro. Pero sobre la cara trágica de la vida se impone la amistad:
esta es una de las grandes novelas de la amistad, que, como en el Quijote, se
va afianzando a lo largo del viaje. El mundo rural sureño sirve de marco a ese
aprendizaje mutuo que realizan Huck y Jim a través de su diálogo y de las
azarosas situaciones por las que atraviesan en su huida, y lo facilita,
podríamos decir. No sé hasta qué punto esta obra influyó en una conciencia
abolicionista, pero su modo de situar la humanidad por encima de
consideraciones legales y de prejuicios de todo tipo pudo ser más eficaz que
todos los esfuerzos de Mr. Lincoln y de John Brown.