Sorprende enterarse, por la introducción de Irma
Emiliozzi, de que Nacimiento último e Historia del corazón
fueron concebidos al mismo tiempo, lo que quiere decir que Vicente
Aleixandre era capaz de simultanear dos poéticas, a pesar de que hablemos
convencionalmente de Historia... como del inicio de una nueva época. Lo
cierto es que Nacimiento... añade poco a la anterior. Es más de lo de Espadas
como labios o La destrucción o el amor: esa espiritualidad que hoy
llamaríamos new age, que podría caer bajo el rótulo de panteísmo y que
se acerca mucho a la metafísica de los románticos alemanes, en especial de Schleiermacher:
ese "hacerse uno con lo infinito en medio de la finitud y ser eterno en un
instante", la "silenciosa desaparición de toda nuestra existencia en
lo inmenso". Como en Espadas como labios, aparece aquí el motivo
del enterrado, viviendo una muerte que es unión amorosa con el todo:
"Solo, puro, quebrantados tus límites, estallas, resucitas. ¡Ya tierra,
tierra hermosa! Hombre: tierra perenne. Gloria. Vida."
El libro se completa con otros poemas, algunos escritos
mucho antes, como el dedicado a Luis de Góngora (1927, claro), una
asombrosa fusión del estilo culterano con el decir contemporáneo, que aquí se
acerca más a Guillén que al propio Aleixandre; otros más cercanos
en el tiempo, como la elegía "En la muerte de Miguel Hernández", que
apareció en 1948 titulado simplemente "Elegía", "por razones
obvias", dice. Razones obvias que al parecer ya no existían en 1953. En
fin.