Durante largo tiempo,
el misterio no necesitó ninguna defensa especial. Cuando la investigación empírica
de la realidad externa no estaba tan desarrollada todavía, los hombres se
hallaban envueltos en lo inexplicable, lo oscuro y numinoso. Mientras todavía
eran rudimentarios los sistemas de seguridad mediante el saber, la técnica y la
organización, se trataba ante todo de sacar a la luz el misterio tanto como
fuera posible y, además, de hacerse propicio de algún modo lo misterioso y
divino. Cuando las sociedades modernas comienzan a cuidar mejor de la
seguridad, naturalmente el vínculo religioso se hace más débil. Sólo entonces
puede abrirse paso la necesidad de defender el misterio, por la simple razón de
que este ya no es amenazador. En esta situación se hace amenazadora otra cosa,
a saber, los sentimientos de sinsentido y de aburrimiento ante una vida supuestamente
clara como el día, segura y reglamentada. Entonces se pregunta, ya no por un
Dios para la seguridad, sino por un Dios contra el aburrimiento.
Este Dios contra el
aburrimiento es el romántico.
Tal como lo expone Rüdiger
Safranski (Romanticismo. Una odisea
del espíritu alemán) suena un poco a instrumentalización de Dios, pero creo
que define muy bien un proceso histórico y espiritual y deja muy claro que la
presencia del misterio (de Dios, en definitiva) se impone de un modo u otro.
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