Continúa Safranski:
Los románticos
necesitan un Dios estético, no tanto un Dios que ayuda y protege y funda la
moral, cuanto un Dios que envuelve de nuevo el mundo en el misterio. Sólo así
puede evitarse el gran bostezo de un mundo desencantado hasta el nihilismo. La
modernidad de los románticos radica en que eran artistas metafísicos de la
distracción en un sentido muy exigente, pues sabían con toda exactitud que
necesitaban ser distraídos (unterhalten)
o, más exactamente, mantenidos abajo (unter-gehalten) los que están en peligro de precipitarse. Y así se sentían a sí
mismos los románticos, como expuestos al peligro de caer, y esto los convierte
en nuestros contemporáneos. La conciencia premoderna no podía imaginarse una caída
del mundo. Siempre había un más allá. Sólo la modernidad se ve confrontada con
la finitud sin un sostén metafísico; ya no cuenta con la evidencia de estar
soportada por un mundo henchido de sentido. La inmensidad de los espacios en
los que nos perdemos frente a nuestra conciencia en busca de sentido, los
mecanismos anónimos de la vida social, ofrecen pocos apoyos. Más bien, podrían
paralizar o precipitar en la desesperación, si no se ofrece algo contra ello. En
la existencia cotidiana son el trabajo y la costumbre los que estrechan la
mirada, y por eso protegen. Para los románticos, es demasiado poco; contra la
amenaza del aburrimiento ponen en juego la bella confusión, a la que llaman “romantizar”
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