16 febrero 2013

Esparza se lía


José Javier Esparza me está dejando perplejo con algunos de sus últimos escritos, en los que cae en una confusión típicamente progre, pero del lado contrario, es decir, siendo partidario. Es la de pensar que las intervenciones de la jerarquía eclesiástica en asuntos públicos con implicaciones de orden moral o antropológico significan meterse en política. Esparza, ya digo, es partidario, y le molesta que la jerarquía, según él, haya dejado de hacerlo.

En la entrada de su blog titulada "La fuga de los pastores" y en el artículo sobre la renuncia de Benedicto XVI, considera censurable que la Iglesia se dedique solo a "buscar espacios de libertad". En realidad, en un mundo como el nuestro, que siendo plural no deja de ceder a tentaciones totalitarias, buscar esos espacios de libertad no es pequeña tarea, ni escaso logro el encontrarlos. Es más, es condición indispensable para hacerse oír y ejercer después esos compromisos que Esparza tan sorprendentemente echa de menos. Sorprendentemente, porque el laicismo no deja de reprochar a la Iglesia semejantes tomas de partido.

El fenómeno que llamamos unión de altar y trono respondió a unas condiciones históricas y obedeció menos a un deseo de la Iglesia que de los Teodosios, Clodoveos, Felipes y Luises. Hoy es tan inviable como indeseable, sobre todo porque el trono ha mostrado siempre una acusada y fastidiosa tendencia a llevar los pantalones en ese matrimonio. De hecho, es un mal que aqueja a cualquier facción política. Cuando José Javier Esparza, al tiempo que afea a los pastores su apatía política, les echa en cara que "sostengan acríticamente al gobierno" (?!), ¿no estará quizá lamentando que no se alineen con su propio partido, o línea editorial, que para el caso tanto da?

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