Al igual que El signo de los cuatro, El estudio en
escarlata consta de un caso detectivesco y una mininovela de aventuras que
sirve para explicar los antecedentes remotos del crimen. Lo cual puede ser un capricho
del autor o un modo de encubrir su incapacidad parta sostener una intriga policíaca
durante muchas páginas. A saber.
Esta es la primera novela de Sherlock Holmes y,
naturalmente, se nos describe al personaje -y a Watson- con mayor pormenor que
en otras. Los que ya tenemos el gusto de conocerle no nos sorprendemos, pero
sin duda debió de causar un gran impacto en su momento. Choca enterarse de que
Sherlock tenía carencias fundamentales de conocimientos que a él no le
importaban, es más, que despreciaba, porque, según él, un hombre sólo debe
tener en su cabeza los datos imprescindibles para el oficio que ha de
desempeñar: lo demás es atestar el cerebro de trastos inútiles que no hacen más
que estorbar.
La novelita de aventuras es sorprendente porque, sin previo
aviso, y cambiando de narrador, nos traslada a Salt Lake City en la época en
que es fundada por los mormones. De creer a Doyle, aquello fue un régimen
de terror donde la mínima disidencia de la "verdadera fe" se pagaba
con la muerte, y donde las mujeres eran algo así como cabezas de ganado. El
argumento es muy folletinesco, con doncella atribulada y apuesto salvador de
por medio: una peripecia que terminará en el Londres victoriano en
espeluznantes circunstancias, y tal.