15 septiembre 2012

El estudio en escarlata




Al igual que El signo de los cuatro, El estudio en escarlata consta de un caso detectivesco y una mininovela de aventuras que sirve para explicar los antecedentes remotos del crimen. Lo cual puede ser un capricho del autor o un modo de encubrir su incapacidad parta sostener una intriga policíaca durante muchas páginas. A saber.

Esta es la primera novela de Sherlock Holmes y, naturalmente, se nos describe al personaje -y a Watson- con mayor pormenor que en otras. Los que ya tenemos el gusto de conocerle no nos sorprendemos, pero sin duda debió de causar un gran impacto en su momento. Choca enterarse de que Sherlock tenía carencias fundamentales de conocimientos que a él no le importaban, es más, que despreciaba, porque, según él, un hombre sólo debe tener en su cabeza los datos imprescindibles para el oficio que ha de desempeñar: lo demás es atestar el cerebro de trastos inútiles que no hacen más que estorbar.

La novelita de aventuras es sorprendente porque, sin previo aviso, y cambiando de narrador, nos traslada a Salt Lake City en la época en que es fundada por los mormones. De creer a Doyle, aquello fue un régimen de terror donde la mínima disidencia de la "verdadera fe" se pagaba con la muerte, y donde las mujeres eran algo así como cabezas de ganado. El argumento es muy folletinesco, con doncella atribulada y apuesto salvador de por medio: una peripecia que terminará en el Londres victoriano en espeluznantes circunstancias, y tal.