21 septiembre 2012

Nudo de víboras



En un artículo sobre Knut Hamsun, Vintila Horia empezaba preguntando: ¿Quién no ha leído, en su juventud, una novela de Knut Hamsun? Más o menos por la misma época, un profesor mío de universidad se ponía: ¿quién no ha leído alguna vez una novela de François Mauriac? Es la clase de preguntas que te hacen sentirte como un marciano. Mi única experiencia con Hamsun (Bajo las estrellas de otoño) me dejó con cara de tonto, y aún hoy no sé qué es lo que leí. Ahora abordo por primera vez a Mauriac y la impresión es totalmente diversa, pero me cuesta imaginar a los españoles del 45 al 85 peleándose por la última reedición.

Luis se va a morir y concentra sus últimos esfuerzos en encontrar el modo de desheredar a sus hijos. Es malo, y no deja de decírnoslo. Y además, ateo y masón, y goza pillando a su mujer con trampas dialécticas sobre la religión. Sólo quiso a su difunta hija María y a un sobrino llamado Lucas. Los hijos, hijos políticos y nietos, por su parte, sin hacer ostentación de odio, se muestran como unos egoístas de campeonato y sólo esperan la muerte del malvado abuelo, cuya última baza es dejar su fortuna a un hijo ilegítimo al que apenas conoce.

Es una novela de suspense espiritual, por así decir, pues sospechamos que la gracia de Dios acabará tocando a Luis. Pero Mauriac, con un exquisito pudor literario, nos oculta la solución y deja que seamos nosotros quienes averigüemos el cómo, cuándo y por qué de su conversión, si es que se produce, a partir de los datos de su diario. Un foro sobre esta novela sería apasionante. 


__