Ya en el Perú, nos encontramos con unos caciques apegados a
sus ritos paganos, sobre quienes ejerce el mando un encomendero. Para
sustraerla a peores destinos, la virreina toma a su servicio a una princesa de
la tribu aquella, a la que enseña con provecho el catecismo. La señora enferma
de gravedad y la india se contagia, pero cuenta con un remedio infalible: la
quina, que le llevan sus compatriotas de tapadillo, porque el producto en
cuestión es sagrado y constituye poco menos que un sacramento que evitará que
el pueblo perezca algún día. En esto la india recuerda las enseñanzas de la
señora sobre un Redentor que ofreció su vida por los hombres, y decide darle la
quina a la señora. Pero las otras sirvientes, que le tienen ojeriza, la acusan
de querer envenenar a nostrama…
[destripe] Pero acaba bien. Por cierto, el traje de hombre,
como habrán ustedes sospechado, se lo envió en marido [fin del destripe].
Todo esto en verso. Buen verso castellano, que don José María
debía de haber ingerido y metabolizado como un buen jerez.
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