José de Espronceda había nacido (o “le habían nacido”, como diría más tarde Leopoldo Alas) en 1808 en Almendralejo, por donde casualmente pasaban sus padres, el teniente coronel Juan de Espronceda y María del Carmen Delgado. Desde muy joven, buen hijo de su tiempo, anduvo mezclado en conspiraciones liberales que le llevaron a conocer los calabozos en varias ocasiones. Fue uno de esos exiliados que a la muerte de Fernando VII trajeron con ellos los nuevos aires en la política y en la poesía.
Ambas, de hecho, no dejaban de correr sendas paralelas en
nuestro poeta. También en sus versos demostró siempre aversión a la mesura y el
justo medio. De chico, su maestro Alberto
Lista había dicho que el talento de Espronceda
era “como una plaza de toros muy grande, pero con mucha canalla dentro”: capaz
de clamorosos ripios como de hallazgos sorprendentes. Su liberalismo era el más
radical que se despachaba en la época, pero tal vez las ideas políticas no
fueran sino imagen de una insatisfacción más profunda: el hastío de la civilización,
la nostalgia romántica por una época auroral sin normas, sin límites. En uno de
sus poemas más conocidos, el “Canto del cosaco”, traza una auténtica “apología
de la barbarie”:
¡Hurra, hurra, cosacos del desierto!
La Europa os brinda espléndido botín:
sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín […]
¿Veis esas tierras fértiles?, las puebla
gente opulenta, afeminada ya […]
Desgarremos la vencida Europa,
cual tigres que devoran su ración;
en sangre empaparemos nuestra ropa,
cual rojo manto de imperial señor.
Y es que, si pusiéramos en un crisol todos los ingredientes
que asociamos con el poeta romántico, posiblemente obtendríamos algo muy
parecido a Espronceda. Él fue entre
nosotros el modelo más acabado de aquella corriente, y también el primero. Lo
cual, por cierto, equivale a decir el primer artista contemporáneo. Es en el Romanticismo cuando el artista, y en especial el escritor, se convierte en un
inadaptado, un rebelde frente al orden establecido, cosas que aún en nuestro
tiempo seguimos relacionando con el poeta o novelista. Sólo que entonces no
reportaban laureles ni homenajes sino cárcel y destierro.