Por eso, interpretar los relatos evangélicos de la
resurrección como una alegoría que sugiere que Cristo sigue actuando en sus fieles, como hacen muchos teólogos con
título, es simplemente ridículo. Así lo expone Vittorio Messori en este volumen, producto de una investigación rigurosa
donde se enfrentan los datos evangélicos con las tesis que intentan refutar la
realidad histórica de la resurrección.
¿Relato apologético, el de los Evangelios? ¿Y por qué no buscar mejores testigos
que unas mujeres, cuyo testimonio tenía valor cero en aquel lugar y tiempo?
¿Contradictorio? No tan deprisa: los datos que ofrecen los evangelistas son
perfectamente armonizables si uno se toma la molestia de armonizarlos. Messori analiza también las señales que
el Resucitado quiso dejar para no ofrecer dudas razonables a los testigos: Juan vio y creyó, como Tomás, en este caso no por ver las
llagas, sino por ver “las cintas extendidas y el sudario apartado de un modo
singular”. En este apartado Messori
sigue las investigaciones de un párroco italiano que, estudiando el griego de san Juan, llega a conclusiones diversas
de las traducciones habituales.
Pero lo más divertido del libro es la última parte, donde Messori carga contra una plumífera
alemana que, sin dejar de llamarse cristiana y aun católica, se permite poner
en duda en sus publicaciones no solo la historicidad de los Evangelios, sino
todo el magisterio de los Padres y de los papas. En Alemania ocupa (u ocupaba,
no sé) una cátedra de Teología. Es lo que hay.
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