24 septiembre 2024

Espronceda, dos siglos (I)

 (Voy a guardar aquí este artículo que hice por encargo para la revista La villa, de Cuéllar, en el 2008, con ocasión del bicentenario de uno de los vecinos ilustres de dicha villa --estuvo preso en el castillo--).


Detesto acudir a los tópicos, pero creo que lo más parecido a una “bocanada de aire fresco” que recuerdo como lector fue mi reencuentro con la “Canción del pirata”, en los años universitarios. Habíamos acabado de estudiar el siglo XVIII, y quien más quien menos llegó a apreciar el sentido común de Feijoo, las ironías de Forner e incluso los ricitos y lunares cantados en lindas cuartetas por Meléndez Valdés. Pero, al igual que para sentir las cadenas hay que moverse, para advertir el olor a cerrado de aquellos correctísimos y atildados salones había que asomarse a otras latitudes. A la hora de pasar al Romanticismo, la profesora nos mandó llevar a clase la popular composición de Espronceda, a la que nunca presté gran atención, tal vez por el hastío de la archiconocida primera estrofa, la de los diez cañones por banda. Sin embargo, esta vez abrí el libro de Bachillerato y a la primera ojeada tuvo lugar el deslumbramiento.

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad;

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.

 

Con la excusa de no añadir otro bulto al equipaje diario, empecé a copiarla a mano, con entusiasmo creciente. Al cuerno los besitos furtivos y las fiestas galantes de los poetas empelucados. Allí había sangre en las venas, vida a chorros, aunque al pirata no le importase perderla:

Y si muero, ¿qué es la vida?

Por perdida ya la di

cuando el yugo del esclavo

como un bravo sacudí.

 

Quien cantaba aquello era un corazón que se desbordaba frente a las reglas y al frío racionalismo del siglo que acabó. A él y a sus colegas los llamaron románticos como un mote despectivo que quería aludir a su afición a las novelerías, a los romances: estaban fuera de la realidad. Pero es que esa realidad les venía estrecha, y muchos salieron de ella por la vía más violenta, o fueron vencidos, como nuestro hombre, por una mezquina enfermedad que era un símbolo de un mal mucho más hondo, el que llamaron “mal del siglo”.