El caso es que La
hierba roja se inscribe en esa corriente, claramente, aunque sin demasiados
problemas podríamos haberla calificado como surrealista. Estamos en un mundo
que se parece al nuestro pero en el que existen objetos, seres vivos,
actividades… alternativos y que pueden tener la carga simbólica que cada uno
quiera darles. Entre los objetos, el principal, una máquina… no del tiempo,
sino que le traslada a uno a extraños lugares que sirven para repensar el
pasado antes de borrarlo por completo. Es lo que le sucede al protagonista, que
es el propio inventor de la máquina. En sus viajes interdimensionales se
encuentra con personajes peregrinos que le interrogan sobre sí mismo: su
infancia, sus amores… como extraños psicoanalistas o como fiscales de un
extraño juicio particular. Juicio sin sentencia, aunque sí que hay un pequeño
apocalipsis con sus condenados y salvados.
Puede ser un ajuste de cuentas consigo mismo (con el autor)
o una juguetona parábola, o, ya digo, lo que cada uno quiera ver.
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