04 septiembre 2024

La hierba roja

Al parecer, en Francia funciona, o funcionaba, un colegio de Patafísica o algo así, del que Boris Vian formaba parte. Hasta donde yo sabía, la patafísica era un invento de Alfred Jarry, el dramaturgo vanguardista de principios de siglo, pero pensé que había muerto con él.

El caso es que La hierba roja se inscribe en esa corriente, claramente, aunque sin demasiados problemas podríamos haberla calificado como surrealista. Estamos en un mundo que se parece al nuestro pero en el que existen objetos, seres vivos, actividades… alternativos y que pueden tener la carga simbólica que cada uno quiera darles. Entre los objetos, el principal, una máquina… no del tiempo, sino que le traslada a uno a extraños lugares que sirven para repensar el pasado antes de borrarlo por completo. Es lo que le sucede al protagonista, que es el propio inventor de la máquina. En sus viajes interdimensionales se encuentra con personajes peregrinos que le interrogan sobre sí mismo: su infancia, sus amores… como extraños psicoanalistas o como fiscales de un extraño juicio particular. Juicio sin sentencia, aunque sí que hay un pequeño apocalipsis con sus condenados y salvados.

Puede ser un ajuste de cuentas consigo mismo (con el autor) o una juguetona parábola, o, ya digo, lo que cada uno quiera ver.

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