Es tópico decir que en nuestro tiempo los “géneros menores”
de la narrativa (policíaco, romántico, aventura…) se han elevado a la mayoría
de edad gracias a autores de talento que los han cultivado. En ese sentido,
podría decirse que La presencia es
una novela rosa de altura, gracias a su técnica narrativa y a la fuerza de los
caracteres. Mercedes Salisachs
utiliza un contrapunto entre los puntos de vista de Claudio (en tercera
persona, aunque con frases en primera, entrecomilladas) y de Cristina (en
primera persona), cuya peripecia se nos cuenta desde un presente en que todo ha
terminado, aunque no se olvidará nunca. Hay otra originalidad en la técnica,
que es narrar en gran parte en infinitivo (“Ver la enorme extensión de Mas
Porta… Percibir en la piel el frío de la mañana… Seguir hacia el acantilado,
contemplar la playa desde allí…”), lo que nos deja la conciencia de Claudio en
penumbra, mientras que la de Cristina aparece nítida, ingenua como es, aunque
perturbada.
Estamos ante un drama tremendo, pero si dije que era una
novela rosa es por los tintes idílicos con que se nos pinta la pasión, sobre
todo por parte de ella, chiflada por Claudio además de chiflada a secas,
mientras que los demás, egoístas o medio lelos, quedan a años luz de la
parejita. Lo que no dejaba de provocarme cierto malestar, porque ya estamos
saciados de apología del adulterio y del si se quieren qué.
[destripe] Por cierto, la autora nos deja un poco con la miel en los
labios con respecto a la hermana siamesa. Cristina nació “con una hermana
pegada al hombro”, a la que todos, salvo Cristina, dan por muerta y que es
responsable, en el sentir de la muchacha, de gran parte de sus trastornos, pues
de alguna manera la siente a su lado (“la presencia”) y sufre cuando ella
sufre, hasta el punto de vivir un embarazo y un parto “fantasmas”. Intuimos una
existencia desgraciada pero nada más. En todo caso, todo ello es determinante
en el naufragio de la relación amorosa entre Claudio y Cristina. [fin del destripe]
En otro sentido, leyendo esta novela me acuerdo de la famosa
“literatura social” de la posguerra y me río, pues pienso que Mercedes Salisachs, de la alta
burguesía barcelonesa y en las antípodas ideológicas de los realistas sociales,
resulta más eficaz que todos ellos en la pintura de los vicios de esa
burguesía. Tipos como Mariano Bradan y sus socios representan bien aquello que
hacía decir al personaje de Chumy Chúmez:
“la moral consiste en tener quieta la bragueta mientras se roba”. Pero la Salisachs envuelve su crítica en una
narración apasionante, lejana de los brochazos gordos de los de la “escuela de
la berza”. Y encima los retratados la leían.
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