Campmany cuenta, en breves notas sin orden ni concierto, esas “anécdotas y epigramas desvergonzados” que dice el subtítulo. Algunas son muy conocidas, como la de Romanones (“j…, qué tropa”), otras inéditas, otras ni tanto ni tan calvo. Me parece que la mayoría de estas ocurrencias no son para tanto. Me quedo con las composiciones del propio Campmany, como el genial soneto a Emilio Romero o la nana a la hija de Isabel Preysler, y con las caídas de Adolfo Muñoz Alonso, que debía de ser un tipo impagable en cualquier reunión. Iban a echar a Agustín García Calvo de la universidad por actividades contra el régimen, y alguien dijo que no era conveniente porque era un tío con mucho ascendiente con sus alumnos; a lo que don Adolfo replicó que a él solo le constaba que tenía algún descendiente con una alumna; lo cual era rigurosamente cierto, según nos atestigua previamente Campmany.
Pero, más que por las anécdotas y los ripios, el libro me ha
parecido interesante por las noticias que nos da de gente de la época, periodistas,
políticos, artistas, muchos hoy olvidados, como Eugenio Montes, Vicente Cebrián (el padre de Janli), Julia Maura, Jacinto Miquelarena, Antonio Díaz-Cañabate, etc. Gente inteligente e ingeniosa, fuera de las
historias literarias por haber escrito en los periódicos, donde, como bien
sabemos, se ha hecho la mejor literatura del último siglo.
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