No es, evidentemente, una obra de la envergadura de Imperiofobia, pero he de decir que me ha
proporcionado también buenos ratos. En concreto, al poner en su sitio a los
“afrancesados”. Con frecuencia nos los han vendido como los que querían la
modernización de España según las ideas de la Ilustración, pero no dejaban de
parecerme el ejemplo de una ola de esnobismo y paletismo que duró demasiado.
Por eso, algo interesante que hace Roca
Barea es distinguir a estos afrancesados de los liberales, que fueron quizá
los auténticos modernizadores. Gente como Jovellanos
o como los que pergeñaron la Constitución de Cádiz fueron opositores a Napoleón, mientras que los supuestos
progresistas y admiradores rendidos del país vecino acabaron secundando al
déspota y a su “rey intruso”, como Meléndez
Valdés o Moratín, por ejemplo. Llama
la atención también un dato, puesto de relieve por la autora: durante el siglo
XVIII hubo en España importantes medievalistas pero un atronador silencio sobre
la España de los Austrias, como si los intelectuales españoles se avergonzaran
de esa parte de su historia, tan denostada por los ilustrados.
El siglo XVIII ocupa una buena parte del libro, pero lo que
sigue no le va a la zaga en interés. La otra parte destacada, por su
atrevimiento podríamos decir, es la dedicada a la Generación del 98 y los
regeneracionistas, los autores del mito de la España problemática, o de la
España que se desvió de su rumbo. Digo atrevimiento porque estos autores han
gozado siempre de un aura de prestigio justamente por haber manifestado un
patriotismo crítico, que ponía a España sobre la mesa de operaciones con el
loable propósito de enderezar su rumbo y lograr una España mejor. A mí mismo me
han caído siempre más simpáticos estos autores que los de la Generación del 27,
y justamente por esto. Sin embargo no me parece injusta la crítica de la
historiadora malagueña, ya que esa idea de que tu patria es la rara frente a una Europa sana y modélica
no deja de tener su punto ridículo cuando se insiste tanto en ella como se hizo
por parte de esta generación. Viva el patriotismo crítico, fuera los complejos.
Por otro lado, que García Lorca sea
el ejemplo de lo que puede dar España cuando arrincona los complejos tampoco me
parece lo más acertado. O es que eran menos grandes Unamuno o Valle-Inclán...
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