¿Leer un libro que afirma aquello de lo que ya estás
convencido? Pues sí, es un ejercicio de relax, es como una ducha reconfortante.
Sobre todo cuando compruebas con placer que no estás solo viendo al rey
desnudo, que no todos son unos chiflados que ven rebaños de ovejas en unos
ejércitos al galope. En fin, que me lo he pasado en grande leyendo a la autora
proscrita de moda. Temía yo que fuese el típico libro bienintencionado pero
regularmente escrito e hinchado con textos de las leyes de género que funcionan aquí y allá. No hay tal. Implacable en su
exposición ordenada del tema y con una expresión tan correcta como mordaz, Alicia Rubio repasa una a una todas las
manifestaciones de esa desquiciada antropología que quiere imponerse con
exclusividad haciendo frente a la evidencia. Efectivamente, no es solo el
intento de normalizar las relaciones homosexuales equiparándolas al matrimonio,
o el destruir el sexo natural convirtiéndolo en un arbitrario género que uno elige a voluntad. Forman
parte de esta construcción ideológica las campañas que tratan de forzar la
igualdad hombre/mujer más allá de lo que les es común, su humanidad; el
concepto de violencia de género, que
no hace sino ahondar en el mal que dice combatir; el adoctrinamiento sexual de
los escolares y la cuidadosa separación entre sexo y reproducción, con la
promoción del aborto hasta el punto de reprimir la difusión de alternativas. La
documentación de la autora es notable pero no la exhibe con citas enojosas a
pie de página sino que la integra en un discurso fluido. Interesantes también
los lemas que encabezan cada capítulo, donde se dan cita Hesíodo, Chesterton, Camus, Mark Twain, Orwell, Lincoln y muchos otros, incluido alguno tan olvidado como José Bergamín, lo que muestra que
estamos ante una persona culta y nada bisoña en esto de la escritura, aunque su
especialidad sea la Educación Física. Solo le pondría dos pegas, una de
contenido y otra de forma: la argumentación quizá excesivamente biológica, que
insiste en la semejanza del ser humano con el chimpancé y su diferencia con el
bonobo (mono al parecer muy promiscuo), y el abuso de las comillas cuando
emplea algún término coloquial o figurado: denota inseguridad.
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