Esta es una novela de terror,
por cuanto resulta terrorífico que una persona se haga matar con la firme
resolución de quien ve cerrados todos los caminos; como alguien a quien no se
le concede ni se le va a conceder la más mínima oportunidad de hacer algo con
su vida; alguien completamente descartado de su sociedad, como diría el Papa;
sin miedo ni esperanza, según la vieja máxima. Y también sin nadie que pensase
que era bueno que existiera, a pesar de todo,
La historia está narrada por el
matarife, de modo circular; doblemente circular, podríamos decir, puesto que
comienza con el juicio por asesinato y cada capítulo está encabezado por una de
las frases protocolarias de la sentencia: “Que el acusado se ponga en pie”, “¿Hay
algún motivo que impida dictar sentencia?”, “No habiendo motivo alguno que
impida dictar sentencia...” Pero a la vez el asesino, que narra desde el
banquillo, empieza su historia con el momento en que descerraja un tiro en la
cabeza de Gloria, para después hacer su largo flashback, que se
desarrolla en gran parte en esos maratones de baile a los que acudían los
parias en los años de la depresión para divertir a los epulones ociosos, una
especie de arcaico Gran hermano con la salvedad de que estos necesitaban
realmente las perras. La película que hicieron sobre la novela la titularon en
España Danzad, danzad, malditos, quizá porque el original era demasiado
fuerte en un momento en que esas cosas se cuidaban.
Horace McCoy hizo causa de novelar la gran depresión, ya que
muchas de sus obras se desarrollan en ese contexto, siempre con sus víctimas
como protagonistas. En el tomo de “Club del Misterio” (?) en que leí esta iba
también I should have stayed home, que titularon Luces de Hollywood
enmascarando ese desesperanzado Debí quedarme en casa, muy expresivo del
mundo novelesco del autor. No nos vendría mal alguien con talento para novelar
la existencia de los descartados de hoy.
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