La guerra: “Usted la lleva puesta, amigo. Es usted joven,
ama a su Patria [sic], tiene fe en
algo, probablemente le gusta el peligro y no habrá poder humano que le detenga.
Y si existe algún poder por encima del poder humano, usted gana, porque ese cae
de su parte. Tranquilícese, tendrá usted su dosis de heroísmo, quién lo duda…”
Este podría ser
el retrato de todos los protagonistas de Rafael
García Serrano y también del narrador que está detrás de ellos. Convencidos
de que Dios está de su parte, no se plantean dudas a la hora de disparar ni de morir,
tampoco a la hora de descalificar al adversario con los más duros epítetos,
pero lejos de parecer unas bestias fanáticas inspiran simpatía por su capacidad
de enamorarse y de darlo todo por el camarada (“yo tenía un camarada…”).
Incluso el enemigo, si se bate bien, es visto con buenos ojos.
En esta entrega de la “Ópera Carrasclás” se confrontan dos
actores colectivos que no son los nacionales
y los rojos, sino los combatientes
españoles y los curiosos que desde Francia acudían a contemplar la contienda,
bien parapetados tras las ventanas de los hoteles fronterizos. Porque, al
parecer, tal cosa era factible. Dentro de este segundo universo, compuesto de
gente frívola y degenerada, hay sin embargo una donna angelicata, una Michele (sic,
aunque creo que en francés va con dos eles) que cual Beatriz acompaña al
protagonista, Alberto (nombre de novela rosa, pequeño fallo), hasta la línea de
su amada patria en guerra, para que pueda incorporarse a las filas nacionales.
Contar esta historia sin una mano maestra habría significado caer en la ñoñez
más impresentable. Por fortuna, estamos ante el García Serrano de siempre, con su narrativa recia, salpicada de
humor, con la metáfora justa y el coloquialismo bien plantado. No será la mejor
de las suyas, pero qué buenos ratos.
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