06 mayo 2017

Los vecinos de enfrente

Hay obras analíticas (páginas y páginas) sobre el infierno soviético, como El vértigo de Evgenia Ginzburg o Archipiélago Gulag de Solzhenitsin. Otras son sintéticas, como esta de Georges Simenon, el novelista belga que es mucho más que el padre de Maigret. En 160 páginas uno palpa el hielo del último círculo dantesco: la sospecha continua, la ocultación de sentimientos, la prostitución cotidiana. El homo sovieticus es el principal personaje de este relato inquietante, donde solo progresa la sensación de agobio y el temor de ser despachado a la tumba en cualquier instante; el homo sovieticus como antagonista de este Adil Bey muy siglo XX, desorientado e inseguro ya antes de aterrizar en Batum como cónsul de Turquía. El ojo del Gran hermano se llama aquí la ventana de enfrente, que es otra de las traducciones que se ha dado al título, Les gens d´en face. Tras esa ventana viven los parientes de Sonia, la secretaria, tan hecha a vivir en la mentira como todos sus conciudadanos. Un “rastro reluciente” en su mejilla abre una esperanza a Adil Bey, pero Sonia no quiere llorar, ni hablar. Ha perdido toda esperanza hace tiempo (Contra toda esperanza se titula otra de esas obras voluminosas sobre el mismo asunto, la de Nadiezhda Mandelstam) y sin ella acabará la novela, aunque Adil Bey escape materialmente de aquella desolación donde uno solo puede subsistir a base de cinismo, como John el de la Standard. 

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