Parece que en su literatura de ficción Josep Pla está
emparentado con Cunqueiro en su modo de hacer literatura minifundista,
como a mí me gusta llamarla. Hablo de esa sucesión de historias minúsculas que
van desfilando hasta configurar un mundo. Eso sí, Pla (catalán) es
realista frente al imaginativo Cunqueiro. Pero quizá no tan realista
como él mismo quiere hacernos ver. Dice que esta novela la escribió para
practicar lo del espejo paseado a lo largo del camino de Stendhal.
Pero no es un espejo, es un pincel, y creo que el que ha ideado la portada de
esta edición de Destino lo ha interpretado bien al plantar un cuadro
impresionista. Hay una cierta transfiguración de las personas y de su entorno,
que resultan ser más cómicos que en la realidad, con algo de títeres me
atrevería a decir. En todo caso resulta un mérito de Pla el que su
mirada se note tanto como lo mirado.
El veterinario que llega a Torrelles y se aloja en una casa
de la calle Estrecha es el anteojo a través del cual lo vemos todo, pero es la
sirvienta Francisqueta, una especie de vieja del visillo local, quien muchas
veces se encarga de sacar a la palestra a sus vecinos para que el otro los
diseccione. Lo que más brilla, desde luego, son las imágenes de Pla, el
modo en que utiliza ese suplemento del brazo o esa escopeta que decía Ortega
que era la metáfora.
__