Que yo recuerde, el licenciado Vidriera se llamaba Tomás
Rodaja. En su evocación, Azorín le ha cambiado el nombre quizá para darle un
plus de dignidad. Es un opúsculo donde Martínez Ruiz se dedica a uno de sus
pasatiempos favoritos, la recreación de personajes literarios. Aquí asistimos a
la infancia del personaje cervantino y a sus idas y venidas entre Flandes y
España, mientras medita sobre el tiempo, sobre la creación, sobre la
personalidad, o lo hace el autor, que eso aquí da igual. Azorín no nos lo muestra
loco, aunque hay fugaces alusiones al vidrio, de difícil interpretación. Sí que
es hipersensible, aunque eso ya nos lo esperábamos.
Muchos estudiantes del antiguo bachillerato recordarán un
pasaje de esta obra, que eligió Fernando Lázaro Carreter para mostrar Cómo se comenta un texto literario: aquel en que Azorín evoca a la madre,
ya difunta, de Tomás Rueda con sus blancas manos que cortaban las flores del
huerto, y a su padre, atareado hasta el punto de dejar al niño entregado largas
horas a la meditación y a la lectura.
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