18 abril 2015

Tomás Rueda


Que yo recuerde, el licenciado Vidriera se llamaba Tomás Rodaja. En su evocación, Azorín le ha cambiado el nombre quizá para darle un plus de dignidad. Es un opúsculo donde Martínez Ruiz se dedica a uno de sus pasatiempos favoritos, la recreación de personajes literarios. Aquí asistimos a la infancia del personaje cervantino y a sus idas y venidas entre Flandes y España, mientras medita sobre el tiempo, sobre la creación, sobre la personalidad, o lo hace el autor, que eso aquí da igual. Azorín no nos lo muestra loco, aunque hay fugaces alusiones al vidrio, de difícil interpretación. Sí que es hipersensible, aunque eso ya nos lo esperábamos.

Muchos estudiantes del antiguo bachillerato recordarán un pasaje de esta obra, que eligió Fernando Lázaro Carreter para mostrar Cómo se comenta un texto literario: aquel en que Azorín evoca a la madre, ya difunta, de Tomás Rueda con sus blancas manos que cortaban las flores del huerto, y a su padre, atareado hasta el punto de dejar al niño entregado largas horas a la meditación y a la lectura.

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