Una panda de amiguitas habían escrito sus nombres, como para
dar fe de su amistad, en una tapia, con una humildísima tiza. Y me pareció que
esos nombres eran un diagnóstico de la sociedad española a la fecha, sobre todo
si los comparas con los de Conchi, Pili, Carmen, Lolita o Consuelo, que debían
de llevar sus abuelas. No es que yo haya sido nunca muy partidario de bautizar
a las niñas con nombres de advocaciones marianas (sobre todo si es para
llamarlas Buensuceso o Coromoto), pero las abuelas sabían que habían sido puestas
bajo buen patronazgo. Salvando a Andrea (aunque no creo que tenga mucha idea de
la existencia del hermano de Simón Pedro) estas chicas llevan más bien nombre
de vedette y eso dice mucho sobre lo que sus madres quieren para ellas.
En el resto de la tapia, junto a los habituales signos cabalísticos,
predominaban unos graffiti escritos por una mano paranoica que proclamaba su
voluntad de luchar contra unos enemigos invisibles llamados nazis o fascistas.
Y digo invisibles porque esos enemigos no suelen aparecer por las tapias, y
cuando lo hacen sus símbolos o proclamas son rápidamente eliminados por sus
adversarios. Lo que hace pensar que estos antifascistas son, cuando menos,
mucho más cochinos que los fascistas, cosa que por sí sola sería un dato a la
hora de tomar partido.
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