La iconografía clásica que representa a san Juan con su
cabeza sobre el pecho de Jesús en la última cena resulta ciertamente grimosa.
Por eso me alegra leer esta reivindicación de Romano Guardini:
Desde luego, no era el entrañable y afectuoso
"discípulo amado" que nos ha transmitido la tradición. Sin duda, su
mentalidad era más elevada que la de los otros apóstoles, pero también era de
carácter tremendamente apasionado y en su interior abrigaba las mayores
capacidades de despiadada intolerancia. Esta sensación nos producen tanto el
episodio en que Juan invoca sobre Samaría el destino de Sodoma, como la
extremada dureza de algunos pasajes de sus cartas. Pues, bien, si con tanta
insistencia nos habla del amor, quizá ello se deba, precisamente, al hecho de
que él mismo no era de natural afectuoso...
En El Señor,
parte 5, capítulo 7
__