No digo yo que los cuatro diputados que no han votado el
engaño de Rajoy tengan madera de mártires. De hecho, podría ser que alguno no
lo haya votado porque esté de acuerdo con lo de Aído, papá, me voy al abortorio
y será mejor que no intentes impedírmelo. Pero no puedo evitar relacionar al
resto del grupo parlamentario popular con los libellati, aquellos
cristianos del imperio romano que se procuraban, a través de un amigote, un
libelo que aseguraba que habían sacrificado a los ídolos, aunque fuese mentira.
Salvaban la cabeza pero era dudoso que salvaran la conciencia.
Como los libellati, los diputados que han votado la reformita quieren engañarse
a sí mismos y engañar a otros. Los cuatro diputados rebeldes no serán mártires,
pero han colaborado a que no cuele la engañifa, si es que alguien había aún tan
canelo que tragase. Como bien expone Lourdes Méndez, votar esa leve modificación
equivale a convalidar la ley Aído, trasladando sólo de los hijos a los padres
el derecho a matar. Sólo por poner esto de manifiesto, los cuatro diputados merecen un lugar en la historia de los gestos de dignidad.
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